Autoridades de la Universidad ORT Uruguay, autoridades de instituciones amigas que nos acompañan, docentes, graduados, familiares y amigos, tengan todos muy buenos días. Es un honor para mí representar a los que hasta hace poco fuimos estudiantes de arquitectura y que nos hemos convertido en Arquitectos. En un momento como este resulta inevitable una mirada retrospectiva. Me asombra ver cuánto hemos crecido en estos últimos 5 o 6 años, y me gustaría compartir con ustedes las motivaciones que me acompañaron durante ese camino y que me acompañarán siempre, dándole sentido a todo lo que hago.
Estoy convencida de que no debemos perder nunca el niño que tenemos dentro. No sólo para conservarnos divertidos e inocentes, sino para conectarnos con nuestra esencia e interpretar lo que resulta evidente para los niños… y no tanto para los adultos. En determinado momento no me hallaba conforme con la carrera que había decidido empezar entonces recurrí a buscar las señales en mi niñez. Encontré un dibujo de cuando tenía seis años, era doble faz: de un lado dibujé la casa por fuera y del otro la casa por dentro. Teniendo tantas vacas, plantas, máquinas y camiones a mi alrededor para dibujar, elegía representar espacios: espacios imaginados. Interpreté entonces esas señales de mi niñez y decidí estudiar Arquitectura.
Entiendo claramente por qué jugaba a las muñecas: mi familia y la que estoy por formar son lo que más amo y espero confirmar mi vocación de madre. Debo confesar que lo que todavía no llego a interpretar es el significado de mis juegos con autitos….
En definitiva de eso se trata, de encontrarse a uno mismo, de afinar nuestra percepción, de conocer lo que uno ama para hacerlo con convicción. Este convencimiento es un motor que funciona diariamente a base de motivación.
Mamá: gracias por atesorar mis dibujos, por prestarme el papel manteca de los bizcochuelos para que tuviera hojas tan grandes como la mesa ratona para dibujar. Gracias a mi familia por apoyarme aquella vez en mi decisión de estudiar arquitectura.
Una motivación constante en todos los ámbitos de mi vida es la convicción de que los valores inculcados por mi familia y por la universidad son las herramientas más importantes, las que trascienden todo tipo de barreras, incluidas las del tiempo. Valores como la modestia, el respeto y la tolerancia nos hacen profesionales receptivos al conocimiento, a una interacción enriquecedora con otros ámbitos técnicos y sobre todo al trabajo en equipo. En nuestro caso, arquitectos, la empatía será la que nos permitirá construir una arquitectura adecuada a las personas. Propongo entonces alinear nuestro ejercicio de la profesión a nuestros valores.
Papá: gracias por ser mi ejemplo de tenacidad, mi mayor motivación para esforzarme por lo que amo hacer, y porque tantas veces pensé en que si vos podías quedarte sin dormir por trabajar yo también era capaz de hacerlo para estudiar.
Al comienzo les decía que me asombra lo que aprendimos en el transcurso de estos 5 o 6 años. Considerar este tiempo en la vida de una persona indica que queda mucho por aprender, y tenemos los instrumentos para hacerlo. Aprendimos el valor de experimentar, a ser observadores, a ser críticos, a ver más allá. Nos dieron las herramientas para desenvolvernos en la vida profesional, y hoy nos graduamos con la certeza de que esto recién comienza. Víctor Hugo dijo que “la arquitectura es el gran libro de la humanidad”, y en ese sentido, ser conscientes de la permanencia de lo que construimos señala nuestra responsabilidad, la de los arquitectos. Hoy asumimos nuevas –y nada menores- responsabilidades.
Gracias a todas las personas que forman parte de la comunidad académica, por potenciar nuestros intereses, por compartir sus experiencias para acercarnos a la realidad laboral, y por ser los grandes responsables de que la universidad sea nuestra segunda casa.
Felicitaciones a todos los graduados.