Todo comenzó con una ilusión. El primer día llegamos a clase temprano, sin saber dónde quedaba nuestro salón, con un cuaderno en blanco, con mucha expectativa. A lo largo de la carrera fuimos descubriendo nuestra verdadera vocación, lo que nos emocionaba, lo que nos gustaba, lo que nos aburría. También fuimos descubriendo un nuevo nivel de exigencia: exámenes, entregas y obligatorios, una palabra que será difícil de olvidar.
Pero todos nuestros esfuerzos no fueron en vano. En estos años de formación además de conocimiento, hemos ganado muchos amigos, experiencias y valores. Este conocimiento y estos valores deben ser la base de nuestro futuro porque son ellos lo que nos hacen profesionales completos. Podremos ser buenos en lo que hacemos, los mejores diseñadores o comunicadores.
Debemos creer y confiar en nuestro talento, buscarlo y trabajarlo. Ser creativos en todos y cada uno de nuestros trabajos. No podemos perder la capacidad de asombro, ni la capacidad de emocionarnos nunca. Como sabiamente observó G. K. Chesterton, escritor y pensador norteamericano: "Estamos pereciendo por falta de asombro, no por falta de cosas asombrosas.
Tenemos la obligación de defender nuestra profesión y su lugar en la sociedad. Su prestigio depende únicamente de nosotros. Debemos ser diplomáticos siempre. Escuchar y saber hacer que nos escuchen.