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“Me gustaría el vino francés con la simpatía uruguaya”

17/08/2012
No le complica. Valentin Maury, un estudiante francés que estuvo un año de intercambio en Uruguay, tiene visión reducida; un problema genético que lo obliga a andar con bastón, pero no le complica. Entre el segundo semestre de 2011 y el primero de 2012 corrió carreras de hasta 21 kilómetros, fue a fiestas, estuvo de novio, se tiró en paracaídas, siguió a Peñarol y fue de viaje a Ushuaia y a Iguazú con su hermano gemelo Aurélien, también de visión reducida. Montevideo, dice, no tiene la infraestructura que necesitan las personas ciegas o de baja visión, pero eso se compensa con la generosidad de las personas.

Vino a Uruguay porque el tercer año de la carrera Ciencias Políticas del Institut d'Etudes Politiques de Francia hay que vivirlo en el exterior. “Quería pasar este año en Latinoamérica, siempre me había atraído. Especialmente me encantaba el acento rioplatense”, contó Valentin, que cursó dos semestres en la Universidad ORT Uruguay.

“La coordinadora de intercambios en Latinoamérica me desaconsejó Buenos Aires, me dijo: ‘Esa ciudad no tiene encanto, es muy europea pero sin monumentos; no te va a cambiar nada, es agobiante. Te recomiendo mucho más Uruguay, es mucho más abarcable y es un ambiente más tranquilo’. Por eso puse Montevideo como primera opción”, dijo y agregó: “Ahora, como no paran de preguntarme por qué vine a Uruguay, digo que lo escogí después de agarrarme un pedal”.

Valentin tiene 21 años, pelo castaño, es flaco y de rasgos delgados. Su manejo del español es bueno, aunque se nota el acento extranjero y a veces se tranca un poco. Sentado en el sillón de la residencia que alquila con otros estudiantes de intercambio, en una sala con poca luz, campanea sus ojos celestes mientras recuerda su año en Uruguay, y su vida en Francia.

Describe un mundo con imágenes difusas, donde importan más las distancias y los sonidos. “Tengo visión para ver algunas cosas, no mucho. Yo siempre pongo el ejemplo de una persona. Puedo ver algunos detalles como el color de pelo, la piel, el tamaño, pero no el color de ojos”. Cuenta que le es difícil desplazarse en los lugares con escaleras, pero en los sitios que conoce puede prescindir del bastón. Su problema de visión no degenera, destaca. “La degeneración es lo peor que te puede pasar”.

Dice que Montevideo no está preparado para las personas ciegas o de visión reducida, pero que esa incapacidad en infraestructura es compensada por la generosidad de las personas. “Siempre te quieren ayudar, hasta cuando no lo necesitás. A veces estoy esperando el ómnibus y alguien me agarra del brazo y me dice: ‘Dale, vamos’”.

Disfrutó tener el Estadio a media hora caminando, estar cerca de la rambla, las salidas nocturnas, que todo le sale más barato, desde ir al teatro hasta hacer paracaidismo, y poder ser impuntual: “Si llegas a algún lugar tarde, no importa”.

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Valentin nació en el norte de Francia, en un pueblo de 1.500 habitantes, en el área metropolitana de Lille. Se fue a París cuando entró a la universidad. “Fue una muy buena experiencia. Cambió todo, porque cuando estás en un pueblito a veces no tienes nada para hacer, y de golpe estás en la agitación de París. La primera semana me enfermé. No estaba acostumbrado a una vida tan rápida, con tanto estrés, pero después me pareció buenísima. Tenía más amigos, que además vivían cerca y no a 20 kilómetros, con dos ómnibus por día, como era en el campo. Allí dependía mucho de la gente. No me podía desplazar de manera autónoma”.

-¿Qué te estresa del tipo de vida de París?

-No tiene nada que ver con el tipo de vida de Uruguay. Lo que te estresa, principalmente, es la gente y el ambiente. Tienes que correr para llegar a tiempo a todos tus compromisos. El modo de vida está construido así. La gente corre siempre, corre para tomar el metro, corre para llegar a tiempo, y como tiene apuro se encierra un poco.

-¿De qué forma se encierra?

-No hay una relación de proximidad como acá en Uruguay. La gente se abre menos a las otras personas. Es mucho más individualista, piensa más en sí, cuida menos a los demás. Pero está bueno vivir en París, porque nunca te aburrís. Siempre hay algo nuevo para hacer. Es una ciudad muy cosmopolita. En el metro escuchás gente hablando en distintos idiomas, con distintos acentos, es increíble.

Un día, en medio de esa agitación, alguien se aprovechó de su baja visión. En un restaurant puso debajo de la mesa su computadora Braille de 10.000 euros, y de repente no estaba. “Nadie vio nada. En París hay ladrones profesionales”. Y en Montevideo, Valentin casi sufre la versión uruguaya del hurto profesional: la rapiña.

En una tarde de lluvia, estaba con un amigo en las calles Uruguay y Florida. Un hombre se acercó y les preguntó adónde iban.

-A tomar un taxi a 18 -respondió Valentin.

-Vamos -dijo el desconocido, lo tomó del brazo y sin que Valentin lo notase, con un cuchillo amenazó a su amigo, que se quedó atrás, pero enseguida alertó a otras personas. Corrieron unos 50 metros y los alcanzaron. Y el ladrón se escapó.

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A Valentin le gusta el fútbol. Cuando vivía Lille simpatizaba por el Lens, un equipo local menor. Pero cuando se fue a París, se hizo hincha de todos los equipos de su región natal. Y como hay rivalidad entre los parisinos y los del interior, cuenta, cuando en 2011 el Lille ganó la liga local y la Copa de Francia, en una final contra el París Saint Germain, aprovechó para molestar a sus amigos de la capital.

-¿Qué bromas se hacen los franceses con el fútbol?

-Es como acá.

-¿Se dicen gallina?

-Hay un equivalente: poule mouillée, que sería gallina mojada. También se insultan un poco. Hay muchos cantos antiparisinos, y ellos tienen los suyos.

Ni bien supo que iba a venir a Montevideo comenzó a seguir el fútbol uruguayo, y le gustó Peñarol. Se levantaba a las dos de la mañana para seguir los partidos de la Copa Libertadores. Cuando llegó se hizo socio y lo fue a ver todo el año. No ligó nada.

Valentin quisiera jugar al fútbol sin limitaciones, pero no ve las pelotas rápidas ni las que van por arriba. Otras cosas que le impide su mala visión son ganar una maratón (aunque ya ganó la categoría de discapacitados) y quedarse a vivir en Uruguay, “pero el tema es la inserción laboral. Hice un reporte para la facultad y es muy complicado”.

-¿Por qué te gusta más Uruguay que Francia?

-Me gustaría tener la cerveza y el vino francés con la simpatía uruguaya, y con Peñarol, porque en París disolvieron las barras bravas y se perdió todo el ambiente. Sería un cuadro ideal. Y me gustaría tener el mar. Ustedes no se dan cuenta, tener el mar está buenísimo. Hacés 30 minutos en ómnibus y estás en una playa desierta de la costanera. ¡Pahhh!

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Valentin sigue contando anécdotas de su año en Uruguay. Almorzó en el Café Brasilero con Máximo Goñi, el relator que escuchaba desde Francia cuando Peñarol jugaba la Copa Libertadores. “Él no podía creer que alguien lo estuviese escuchando, en el medio de la noche, en Francia”. Para la Facultad, entrevistó a Pedro Bordaberry y a Eduardo Bonomi; en Francia “ni loco” hablás con el ministro del interior ni con un senador líder de su partido, dice.

Hizo un viaje solo con su hermano gemelo Aurélian, también de visión reducida, a Ushuaia y a Iguazú; algo que nunca habían hecho. “Fue espectacular. La gente cuando ve que estamos solos nos ayuda más que cuando estamos con amigos”. Y estuvo unos meses de novio.

-¿Qué te llama la atención cuando vas a elegir una pareja?

Se ríe.

-La voz. También el físico, porque algo veo.

-¿Pero más la voz que el físico?

-Sí, mucho más. Y el humor y el tacto, porque nosotros somos más táctiles.

-¿Qué tipo de voz te gusta?

-Más bien aguda. Cuando tiene un acento extranjero está buenísimo. Y tiene que hablar, sino es un embole.

A Valentin no parece incomodarle hablar de su mala visión. Pero no siempre la llevó tan bien, incluso se negó a usar el bastón hasta los 18 años. “No quería, pero se me dificultaba mucho la vida. Ahora hasta hago chistes de ciegos”.

-¿Podés contar uno?

Valentin queda un momento sin decir nada y se vuelve a reír.

-Hay un ciego en una discoteca y se arma un lío. Llega la policía, los agarra a todos, al ciego también lo detienen, pero después lo sueltan. ¿Sabés por qué?

-¿Por qué?

-Porque no tenía nada que ver.

 

Esta entrevista fue realizada por Mauricio Sabaj, egresado de la Licenciatura en Comunicación Periodística, en exclusiva para In situ.

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